miércoles, 16 de enero de 2008

Días marchitos

En los últimos meses, mis días han sido demasiado grises y llenos de una gran sensación de vacío; ¿la causa? Hacer el intento de abrirme un poco a este trivial mundo. He perdido el control de mis actos, de mis pensamientos, incluso hasta de mis sentimientos. He intentado pensar bien de las personas, he creído en corazones puros y de buen sentir; pero es inútil, porque por más que lo intento, no hay otra salida, no existe ni siquiera una mano a la que aferrarse.

¿Realmente las personas son desinteresadas, superficiales y falsas por naturaleza? Me gusta pensar que no, pero la realidad es que en esta vida no hay nada gratis, ni siquiera una simple y sincera sonrisa.

Después de que mi mundo interior se tambaleara, voy recuperando fuerzas, ilusión y esa gran motivación que nos hace movernos de un lugar a otro, esa que nos hace caminar libres, esa que como todo motor, nos mantiene vivos.

He tenido tanta paranoia estos últimos días, que incluso mi salud física se ha visto afectada a niveles inesperados, y es realmente cuando te das cuenta que algo va mal.

Luego está él, un chico en el que creí ver algo especial, algo diferente al resto, alguien de quien aprender al mismo tiempo que enseñar, alguien con quien compartir algo más que unas risas, pero mi fe nuevamente se vio corrompida por la dura realidad. Una realidad que por mucho que no quiera ver, la he de aceptar si quiero continuar.

Creí ver en él a un ser dulce, tierno, sincero, comprensivo, niño al mismo tiempo que hombre. Pero a decir verdad, lo único que hizo fue jugar y utilizarme como hacen los demás. Tantas palabras bonitas, palabras que me hizo creer como una tonta; pero al fin y al cabo, las palabras son sólo eso, palabras; y en su caso, palabras que arrastró el viento sin dejar rastro.

Yo sólo quería tomar un café, compartir una conversación, mirarle a la cara mientras le hablaba, observar sus gestos… pero todo fue en vano, pues nuestra comunicación solo se basaba en letras, y cuando me quise dar cuenta ya estaba inmersa en la espiral de la obsesión, la obsesión de imaginar un cuadro lleno de colores pero que en la realidad está tan blanco como un libro sin escribir, la obsesión de pensarle y querer conocerle como a una persona normal. Pero tonta de mi pensar que él y yo podíamos entablar aunque fuera una bonita amistad. A veces me pregunto porqué sigo insistiendo si ya todo ha cambiado y en mi ha depositado un profundo desencanto.

Ya no sé que hacer, ni siquiera que pensar. Siempre me pasa lo mismo. Intento creer en las personas, pero es que no me lo ponen fácil, porque como dice el refrán el movimiento se demuestra andando y yo no veo ni siquiera los pasos.

Por una parte me gustaría dejar todo este episodio atrás, pero otra parte de mí, la cabezota, cree que aún tiene arreglo, mis errores por los suyos, porque me gusta creer que en el fondo merece la pena, pero, ¿por qué no me lo hace ver?


¿Estará todo perdido, o por el contrario, ganado?

Necesito pensar.